top of page

La cultura del olvido

  • Foto del escritor: Ignacio Sottini
    Ignacio Sottini
  • 25 abr 2017
  • 3 Min. de lectura

Imagina estar caminando en un bosque en una hermosa mañana primaveral y de repente encontrar entre tanto verde una hermosa cabaña de jengibre y chocolate, con ventanas de azúcar cristalizado y puertas hechas de chocolate. El estómago te comienza a rugir a medida que te acercas a esa cabaña y se te hace agua la boca cuando giras el caramelo que tiene por picaporte. ¿Pero qué sucede cuando finalmente te animas a entrar a esa cabañita y descubres que en su interior existe una fábrica de autos, con todo lo que eso representa? ¿Qué pasó con la ilusión de la cabañita? ¿Cómo te sientes al descubrir la verdad? Bueno, pues yo estuve en situaciones similares y la verdad es que me sentí traicionado. Sentí que la verdad fue manipulada para hacer creer algo que en realidad no existía.

¿Cuál es la diferencia entre esto y la incoherente postura actual frente a los edificios considerados patrimonios? Y con esto me refiero a aquellas obras en las que existía un edificio histórico, tal vez considerado patrimonio y tal vez siendo pequeño, que empezaron con la premisa de ser una obra que valorizaría y reivindicaría esta antigua construcción pero terminan siendo algo muy lejano a eso. Resultan ser muy similar a la historia de la cabaña: una cáscara patrimonial ocultando un interior high tech. Una imagen falsa. ¿Es la cáscara que busca ocultar el interior? ¿O es el interior queriendo ser más por una cáscara del siglo pasado? El propósito jamás queda claro en estas obras.


Ejemplos como estos, muy presentes en la antigüedad con casonas antiguas del siglo XIX y principios del siglo XX, nacieron de edificios con una estética hoy irreproducible, pero también con una estructura pensada acorde al tiempo, una seguidilla de espacios de acuerdo a la función y una historia cargada de una atmósfera única. Conservar meramente la fachada no es conservar el patrimonio. Es mutilarlo. Sería ponerse en la piel del doctor Frankestein e intentar revivir nuestro pasado incrustándole cosas del presente y resultando en una criatura poco agraciada.


No importa en realidad saber que el edificio histórico en cuestión sea o no patrimonio, sino pasa por entender lo que ese edificio representa para la cultura de la ciudad, ese debería ser justificación más que suficiente antes de dinamitar el interior y borrarlo todo como si se tratara de algo dañino. Los españoles vinieron y destruyeron todo lo que consideraron indeseable de la misma forma que el movimiento moderno lo hizo en el siglo XX. Los historiadores lloraron y llorarán durante décadas por los daños ocasionados a estas arquitecturas del antepasado.


Agarra un huevo, rompe su cáscara y observa el interior. ¿Qué es entonces el huevo? ¿La cáscara meramente? ¿El interior que es comestible? Ninguno en realidad. O ambos. El huevo lo constituye su totalidad o nada. Sucede lo mismo con la arquitectura y el urbanismo.


Esta postura, tan incoherente con sus propios parámetros y estándares, está mal en muchos niveles, pero principalmente porque atenta contra el principio del arquitecto en su faceta de construir ciudad y cultura. La ciudad es el presente y el pasado así como también lo es la heterogenia de edificaciones que existen en ella. Cabe destacar que, destruir patrimonios conservando meramente la fachada es tan dañino como dinamitar un edificio para hacer uno nuevo que cumpla la misma función y el mismo programa. ¿Por qué destruir algo que es considerado patrimonio y cumple su función para luego edificarlo nuevamente? Creo que semejante barbaridad no tiene explicación alguna. Antes de hacerlo, es necesario ver las opciones de restauración y reacondicionamiento disponibles. Tal vez el edificio esté avejentado o un poco descuidado, probablemente necesitando una mejora en sus servicios. Tal vez lo que sea necesario es una nueva mano de pintura o una sumatoria de pequeños detalles, pero dinamitar la arquitectura no debería ser jamás la primera opción.


No debemos construir una cultura del olvido ni incentivarla. La construcción de lo contemporáneo por mero apego al progreso no es progreso porque nos conduce a una cultura del desecho. Nos volvemos caprichosos y perdemos la objetividad de hacer ciudad, solo porque un proyecto nos haya obnubilado y lo queramos recrear en nuestra ciudad. Hay arquitectura que es prescindible y que su estado precario necesita de una demolición por ser dañino a la sociedad. Pero creo que el porcentaje de patrimonio en esas condiciones es menor que los dedos de una mano.


Pero, se merecen un párrafo aparte aquellos arquitectos cuyo interés por conservar, cuidar y mejorar el patrimonio los conducen a reivindicar algo obsoleto en algo totalmente nuevo y útil actualmente. ¿Una vieja casa colonial en un hotel? ¿Una bodega en un centro cultural? No importa en realidad la tipología sino más bien combinar lo nuevo y lo viejo, sin perjudicar ninguno.


Hacer algo borrando lo anterior como si fuese tiza en un pizarrón es fácil, cualquier lo hace. El revalorizar lo existente es lo que conlleva destreza, y con ello grandeza.

Comments


Entradas destacadas
Vuelve pronto
Una vez que se publiquen entradas, las verás aquí.
Entradas recientes
Archivo
Buscar por tags
Síguenos
  • Facebook Basic Square
  • Twitter Basic Square
  • Google+ Basic Square

© 2017 by FERNANDO GAGGERO

bottom of page